Una tarde en el Acuario de Gijón







 ¿Qué hacer con los niños en Gijón?: pues casi siempre ir al parque de Isabel la Católica. Un peazo de parque. Muuuy grande, con muuuchos "columpos" en su más amplio sentido, con tirolina, camas elásticas y conjuntos para trepar y delizarse de todos los tamaños y colores. Pero además posee un mini zoo de aves donde ver perdices de Guinea, lo que yo creo que son ñandúes (hay letreros identificando a todas las especies, pero con el par de dos suelto no puedo pararme a leerlos) y por supuesto, pavos reales. Entre muchísimas aves más.



 


 También podemos ver un palomar enorme plagado de inquilinas y una bandada de estorninos, ambos bichos especialmente entregados al bombardeo que ni la luftwaffe en la guerra mundial, avisados estais. Mejor llevar las toallitas a mano por si alguien se jiña, y no tiene porqué ser uno de los niños.






foto extraída de www.elchupetedemark.com

 Tenemos además una gran extensión de prado y árboles para corretear, muchos caminitos y una laguna donde anidan cisnes y un sinfín de "patos", entendiendo por pato toda ave que circula por el agua y no es un cisne. Para que os hagais una idea, los pinguinos son "patos"...negros para más info. Eso lo aprendí esta misma tarde, como luego os contaré.

  


 Aunque tenemos más cerca otros parques buenos, como el de Begoña, el de Isabel la Católica no está lejos y la tranquilidad de saber que dado el tamaño del mismo mis escapistas están lejos de los coches hace que me decante las más de las veces por él. Mi corazón infartable lo recomienda. Pero aquí, como en mi tierra, llueve con frecuencia, que como leí hace poco Asturias no es verde por casualidad (...ni Galicia) Y ahí surge el hit de los findes del norte, la gran pregunta: ¿qué hacemos con los niños cuando llueve????

 Mi respuesta este finde: ir al Acuario. Sola con los dos. Porque esa es otra, mucho reecuentro familiar y mucha gaita, pero por obra y gracia de los turnos de trabajo sigo llendo sola con los dos a...todo, casi siempre. Como cuando estaba en Coruña. Y aparte de la penita que me da (que también) lo que me da principalmente es terror. Del bueno, y cada vez más. Porque el Rubio está ya en modo "dos años" que es lo que le toca, criatura. El Moreno continúa también con el modo "dos años" a sus tres años y medio. Lleva con él desde que dió sus primeros pasos, un adelantado a su tiempo. Imagino que empatará los dos años con la adolescencia, ¡qué le vamos a hacer!. Lo dicho, terror absoluto. Pero hay que sacarlos de casa, angelicos, y lloviendo ese era el plan. 

 El sábado, día lluvioso total, nos acercamos pero se portaron tan mal que con las mismas dimos la vuelta. "¡Castigados sin peces!" sentencié imperiosa, que a severa no me gana nadie. Tampoco pareció importarles mucho...por no decir nada. El Rubio siguió berreando por ir atado a la silla y escapándose en cuanto me compadecía de él. Y el Moreno, cuando no corría disparado como su hermano pero en sentido contrario, que si no no tiene gracia, activaba el modo-plasta: Mami, ¿que e un pes? mami, ¿a tomar patatitas? Mamá, mía, mocos, Mamáaaa!  Y así, persiguiendo ora a uno ora a otro, con el estrés que me causa el tráfico, y lloviendo, volvimos para casa.

 Pero me quedé con las ganas y al día siguiente tiramos nuevamente pal Acuario, ese plan estupendo cuando llueve ...que finalmente hicimos un día de sol espléndido con el paseo marítimo, los parques y las terrazas petaos de gente. Nosotros al Acuario, muy coherente todo, pero es que me empeñé y había-que-ir. Punto pelota, La excusa mental es que los niños se "cansan" y seguro que no lo vemos todo, y otro día que llueva volvemos. La realidad es que...no sé, quería ir y ya. Los vestí monillos (o sea limpios y repes, que me gusta de vez en cuando lo de vestirlos iguales) y yo hasta me peiné, ¡un exceso! Y p,allá que fuimos.

 Esta vez estuvieron bastante tranquilos los dos y llegamos sin novedad a la explanada. Pero fue soltarlos y salir de estampida.Tratando de sacar las entradas los perdí de vista a ambos: uno camino del acuario tras saltarse la barrera de la entrada y otro en la tienda de souvenirs. Tiro de carro y agarro primero al Rubio, quién fiel a su estilo se curraba la atención de la dependienta esperando su premio en forma de chuche como en el bar, y vuelo histérica a por mi mayor quién llevaba rato desaparecido entre las primeras peceras. En los microsegundos que tardo en plegar el carro desaparece también mi Rubio. Consigo atrapar a ambos y así, ya convenientemente encabronada para no perder la costumbre, no sea que un día por equivocación tengamos la fiesta en paz (e incluso, no quiero ni pensarlo...¡disfrute!) iniciamos la visita.



 Al principio fuimos bien, muy bien incluso. Los -¡mía mamá!- alborozados de mi mayor y los tranquilos- hooola- de mi chiqui tras el cristal se sucedían sin que ninguno se despegase en exceso de mi, el Rubito porque es menos movido y el Moreno porque los animales le dan cierto respeto. El Acuario además tiene un camino que simula una selva, con muchos recovecos, y disfrutamos recorriéndolos todos. Duró el tema...cinco minutos, lo que mis rorros tardan en acostumbrarse al sitio.  Una vez que superan el miedito inicial comienza la aventura...y a correr. Nunca mejor dicho. Si cuando les llamo mis trotones es por algo. Tratando de que no estorbasen al resto de visitantes y de no gritar, que por algo hay carteles pidiendo silencio por todo el recinto, intento mantenerlos a raya, a uno al menos. Misión imposible. Porque encima no pueden ser más distintos: mientras uno no para quieto y corretea parriba y pabajo sin parar, acompañado ya de un niño más mayor y una niña de su tamaño vestida y peinada como una princesa (pasando los tres del tema peces lo que se dice ampliamente), mi Rubio no se despegaba del tanque de las tortugas, venga hoooola, y más hoooola, sacudiendo la manita. 


 LLegamos a uno de los muchos espacios con gradas para observar sentados los tanques y me encuentro a mi Moreno, que por fin se quedó quieto un nanosegundo para mostrarme ¡mía mamá!...una tele, con publicidad del acuario, su tienda y sus restaurantes. Me sale del alma lamentarme en voz alta: -¡pero hijo!, ¿venimos al acuario y lo que te llama la atención es la tele?- y la mamá de la princesa, que tumbada en el banco sin el lazo del pelo y con el tutú del vestido a la altura del sobaco ya parecía lo que era una destroyer como los míos, me miró y se rió. Este gesto de solidaridad materna me relajó los nervios y decidí que from lost to the river. No soporto perder de vista ni un segundo a uno de mis churumbeles, pero sin el carro donde poder tener a uno controlado y en un lugar donde debe guardarse silencio no podía hacer más. Me ocupé del pequeño y dejé, malamadre total, al menos pequeño a su albur. Que es un albur chungo, se mire por donde se mire. Pero era una emergencia.


 Intenté hacer proselitismo con mi Rubio, que muestra más interés por los animales que su hermano. Le mostré los pulpos y las lampreas con su aspecto antediluviano, ambos pegados al cristal unos con sus patas y otras con sus bocas aterradoras. Le mostré los tiburones, rayas y demás cachobichos del tanque grande. La morena enorme, los cabrachos, las estrellas de mar...pero el Rubio llamaba por su hermano y sin él la cosa no iba bien. Encima dejé de oir las carreras y me agobié. Con el peque a cuestas volé por los pasillos y afortunadamente lo encontré pronto donde los pingüinos: -¡mía mamá! ¡un pato! ...e neggo-, me informa el infante, muy ufano él con un globo en las manos que nunca supe de dónde salió.
 
"Patos negros" en el acuario de Gijón

 Intento infructuosamente localizar al dueño del globo y continuamos la visita de la misma forma accidentada aunque sin más daños. Unicamente mi frustración, porque a mi sí me gustan los animales y hubiera querido ver el Acuario en condiciones (o verlo, simplemente eso). Y que ellos flipasen también. Sé que son muy pequeños, pero veía niños más chiquitos aún en brazos de sus papás señalando animales con el dedito. Tampoco es mucho pedir...o sí, no sé. Supongo que si van los dos padres con un único niño las cosas son diferentes. Que están más tranquilos (y los padres también), y más atentos. O no...En fins, con mis terremotos las cosas van así. 

 A la salida se me cuelan nuevamente en la tienda aprovechando que despliego el carro y al recogerlos veo a la amable dependienta ordenando un montón de bolis que acababan de tirar. Me llevo dos, claro, y me tienta llevarme una tortuga de trapo que el Rubio aprieta amorosamente, pero estoy enfadada y no lo hago. Al salir arrecian las pataletas y llantos varios, uno porque lo amarro a la silla, otro por que -nooo, a casa nooo, mamaaaaá- y me planto. Suelto un discurso de madre encabronada que se resume en el famoso eslogan ¡nunca mais! Y para que el amarrado deje de chillar, que como bocina antiaérea ya sabeis que no tiene precio, les doy los bolis recién comprados.

 Mano de santo, armados con sus bolis nos vamos para casa en paz, ellos calladitos y contentos. Yo... lo dicho, en paz. Que ya es. Tras un rato caminando en silencio con mi churumbel mayor de la manita y el pequeño en la silla se disipa mi malhumor y acabamos con el fin de fiesta preferido de ambos: en un bar tomando patatitas y estrenando los bolis del acuario en las servilletas de papel. Tan contentos. Como soy dura de mollera hice el intento de dibujarles una estrella de mar, o un pez. Así no mamá, zanjó el Moreno. Con el Rubio ni lo intento, era acercarme a SU boli y abrir fuego a discrección.

 Moraleja: que a mi me parezca un planazo ir al Acuario no significa que a mis hijos también, aunque espero que de más mayores sí...

 Y por supuesto, el Acuario de Gijón es absolutamente recomendable, un plan perfecto cuando llueve y cuando hace sol, y sobre todo también para los adultos.
  

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