Un viaje en el tiempo





 Lugo, 1974. Una niña de entre cuatro y cinco años acompaña a su abuela a la compra. En realidad es imprescindible que vaya pues sin ella la abuela no puede comprar: ¡cómo podría traerlo todo sin ayuda! Y la niña, que es más simple que un botijo (y que de autoestima va bien) se lo cree. Porque además se lo ha dicho su abuela y eso, en 1974, va a misa.

 Y así, de la mano de su abuelita querida y llevando en la otra mano una bolsita de malla con un asita de plástico verde, replica exacta de las de los mayores pero en tamaño infantil, se encamina muy ufana hacia la plaza y el mercado de abastos. Se para la abuela a saludar a este y a aquel y la enana, contentísima de que la parroquia la interpele y le diga monerías, explica a todo bicho viviente que está ayudando a la abuela y que sin ella la abuelita no puede comprar, ¡porque cómo va a poder con todo si no!

Una bolsa parecida a estas pero verde. Internet y su magia...


 En la plaza compran la carne, las cebollas, las patatas...todo a granel, envuelto en papel o directamente sin envolver, así a lo loco. Es el mundo de los puestos de verduras, de las vecinas deambulando, los quesos de tetilla, las ristras de chorizos...Todo súper híper mega excitante y muy, muuuuy grande. No se ven niños apenas y la niña aprieta la mano que la guía, atenta a sus nuevas responsabilidades. Se siente mayor, y útil. Y por encima de todo se siente importante. La abuela mete en la bolsita diminuta dos patatas enanas que pesan muchísimo -menos mal que me ayudas tú, ¡qué suerte tengo hoy!- y la nieta, sacando bíceps, se asombra de lo muy fortísima que es. 

 ¡Mira como puedo, yo sola! -va pregonando al mundo, camino del mercado de abastos. 



 El mercado es un sitio abierto y enooorme con escaleras de bajada y que huele a pan, que es lo que van a comprar. La nena observa maravillada como la abuela recorta unos cupones que a día de hoy no sabe lo que eran o para qué servían, solo sabe con certeza que pocos años después también el abuelo los utilizaba. Compran el pan, ese pan que mataría por tener ahora y, ya hechos los recados, vuelven a casa con las dos patatas "voladoras" convenientemente golpeadas contra todo cuanto obstáculo se encontraron por el camino. Eso la nena no lo recuerda pero seguro que ocurrió, ¡segurísimo! Lo que sí recuerda es a su abuela dándole las gracias por su ayuda y diciéndole lo contenta que está de que vaya la nieta con ella, lo bien que se está portando. ¿Y la fuerza que tiene? ¡Con lo que pesan las patatas!


 Gijón, 2018. Le pido al Moreno que me acompañe al Alimerka porque ¡a ver cómo traigo la compra toda si no! Necesito ayuda claramente, que sola no puedo con todo.  
  
 -Vaaale mami, no te preocupes, ¡te ayudaremos!- responde mi mozo, parafraseando al repelente ese de la patrulla canina. Escribimos la lista en comandita, yo anoto ensalada, atún, tomates, manzanas, setas y anchoas y mi mayor escribe "pan". Queda encargado de la lista, papel importantísimo que sólo los niños mayores pueden custodiar. 

 -Ya soy un niño mayor, ¿a que sí, mami? ¿a que sí??
 - Por supuesto.

 Agarra el cesto con ruedas y logra controlar el espíritu Fernando Alonso que se apodera de él en cuanto recorre los pasillos, será cosa del aire...Y como el niño formal que empieza a ser me acompaña por el recorrido mientras coge tiquet en la frutería y señala la esquina del pan, ¡que no se nos olvide!, ¡que está anotado en la lista!. La chica de la frutería le extiende las manzanas y le pregunta si me está ayudando - sí, mamá sola no puede. Y la de la panadería pregunta su nombre - soy Moreno Mengánez - responde raudo, siempre con su apellido, daño colateral de tener otro Moreno en su clase. Señala las sandías, el brócoli y nos paramos un buen rato frente a las hileras de dientes de los pescados grandes, que no sé porqué tiramos dinero en el acuario pudiendo ir al Alimerka. Metemos en el carro las cuatro pijadas que hemos comprado mientras no dejo de agradecerle que me ayude. Y es que menos mal que me acompaña a la compra, ¡a ver si no cómo hago para traerlo todo!

 Pagamos, y en su bolsa meto la ensalada de canónigos envasada con la que fliparía mi abuela y la bandeja de setas, a la vez que le pregunto con cara de preocupación si podrá con todo.

 -Es que pesa mucho Moreno- No pesa mamá, ¡mira cómo puedo!, Soy superfuerte. 

 De vuelta a casa, repite hasta el cansinismo lo fuerte que es, lo bien que se porta y lo mucho que me ayuda, mientras le mete cada viaje a la compra que los canónigos y las setas amenazan con montarse la ensalada dentro de la bolsa. Hacemos parada técnica en el parque donde explica a otra mamá que venimos del súper y que me está ayudando. Y que su bolsa pesa mucho pero es que él es superfuerte, you know. Y súper feliz, eso también. Y yo con él, cuando me veo a mi misma retratada con tanta fidelidad. La misma satisfacción, la misma seguridad, hasta la misma visión simple de las cosas. Tú me dices que soy guay porque hago cosas guays y yo me lo creo y me siento bien. Punto pelota.

 


 Ya en el portal, me pide que le saque una foto con la compra en la mano mientras se marca una pose de piernas cruzadas y uve de victoria, más chulo que un ocho. Por un momento pienso que igual me paso con tanta coba, por aquello de fomentar la autoestima y tal pero ... no, de autoestima nunca se va sobrado. 

 Y además ... que el que es guapo es guapo. Cuspidiño a su madre hasta en eso, está claro.

 

 

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